lunes, 22 de septiembre de 2014

Prometeo


hijo del titán Japeto y de la ninfa Clímene, hija también de los titanes Tetis y Océano. Al contrario que sus hermanos Atlas y Menecio, Prometeo, más sensato que ellos, militó en las huestes de Zeus y persuadió a su hermano Epimeteo para hacer lo mismo. Conocidos pues su talento y habilidades, Zeus le encargó la invención de una criatura bella, lúcida e inteligente como los dioses, pero frágil y mortal como los animales, para que reinara sobre las bestias y rindiera culto a los inmortales. Así surgió el hombre. Prometeo, satisfecho de su trabajo, llegó a amar a su criatura que siempre le procuraba lo mejor. Así, invitado un día en Mekone (Tesalia) a ser árbitro en una disputa sobre qué parte de un toro sacrificado se debía ofrecer a los dioses y cuál a los hombres, descuartizó un buey, hizo luego dos lotes: uno con los huesos ocultos bajo la grasa y otro con la carne escondida bajo el estómago, la parte menos apetecible de cualquier animal, y se los presentó a Zeus para que eligiera. Zeus, egoísta y engreído como era, eligió el que contenía la grasa y huesos del buey. Al enterarse, Zeus se sintió engañado y ofendido, y decidió negar a los hombres el fuego, atributo de los dioses, que Prometeo le había pedido como don para la humanidad, porque consideraba que los hombres estaban en desventaja con las bestias.
Prometeo pidió ayuda a Atenea, que se apiadó de él y de los hombres, y le dejó entrar al Olimpo donde Prometeo robó un ascua del carro del sol o de la fragua de Hefaistos y se la dio a los hombres escondida en el hueco de una caña.
File:0 Prométhée supplicié - Rubens - Snyders - Philadelphia Museum of Art (W1950-3-1).JPGEl fuego  fue el regalo de Prometeo, que no sólo salvó a los hombres del hambre y del frío, sino que también impulsó el progreso técnico. Esto terminó de encolerizar a Zeus que  juró vengarse, primero de Prometeo y luego de la humanidad. Así llevó Prometeo a los montes del Cáucaso y lo ató a una roca. Allí  un le arrancaba el hígado y las vísceras, causándole un dolor sin fin, ya que durante la noche, mientras el buitre dormía, las vísceras y el hígado le crecían de nuevo y cuando llegaba el día otra vez empezaba el suplicio. Zeus juró por Nyx que no lo desencadenaría jamás. 

Años después Heracles pasó por la región, vio a su tío y lo liberó. Zeus, orgulloso de su hijo, no protestó; pero para que su juramento se cumpliese, obligó a Prometeo a llevar siempre una sortija hecha del hierro de la cadena que lo había sujetado, en la que se engarzaba un fragmento de la roca de la que había sido prisionero.

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